3 - La muerte del "Traidor"

Has ganado… Maiev… Pero la cazadora…. no es nada sin la presa…. tú no eres nadie… sin… mí….

La batalla llegó a su fin, Illidan fue derrotado, ¿pero a qué precio? La ofrenda de hermanos de sangre caídos en el sendero supuso una enfermedad incluso mayor que la herida causada por el propio traidor1.

Diario de a bordo de Arrakis. Primavera en Quel’Danas tras la derrota del Traidor.

¡Recoged esas malditas velas!

El viento arrastraba tras de sí una torrencial lluvia que hacía mas difícil el trabajo de la tripulación en el vaivén del creciente oleaje, mas aún siendo mercenarios y no marinos. Cada envite de la mar hacia crujir los antiguos maderos del desvencijado barco amenazando con mandarlos con los dioses de las profundidades del Océano.

Una tribu hordeña al completo que había comprado un billete al infierno con la excusa, por parte del capitán del barco, de un viaje tan plácido que no necesitaría marineros y trasladaría a todo el grupo de un solo viaje, más económico finalmente…el maldito oro de Azeroth siempre de por medio.

Tres metros bajo sus pies, el único marino del barco estaba a punto de decir adiós a su más preciado tesoro…

Capitán Hecklebury, despídase de sus pelotas.

El último ojo del dueño de La Golondrina Dorada (“joder Margareth, te dije que ese puto nombre solo podía traer mal fario a mi barco!”) amenazaba con salirse de la órbita, el viejo capitán, atado a una viga del camarote y con los pantalones por los tobillos, miraba aterrorizado a la mascota del líder de la tribu que embarcó en la Golondrina dos semanas atrás.

El malparido cochino gigante, jabalí, o lo que demonios fuera ese bicho color mierda y medio podrido a juzgar por su olor y piel, tenia bien trincadas sus pelotas con los colmillos, y se zarandeaba nerviosete a la espera de una orden del amo.

¡Por favor, no fue mi culpa que nos hayamos perdido, la maldita isla de Quel’Danas debía estar por aquí! ¡No, no…no sé nada de esos navíos q se acercan!….¿por qué…? ¿Por qué se mueve así el cochino?.

¡Creo quessstá ennn celo!

Dijo una voz socarrona que más parecía el siseo de una serpiente, desde detrás de la viga. La demacrada hechicera, que bien pudo ser humana antes de la Gran Plaga, estaba demasiado afectada por la mezcla de loto negro y otras especias orientales psicotrópicas como para esforzarse en vocalizar. En lugar de eso, se divertía lanzando huesos de su última cena al culo temblón de Hecklebury.

El dueño del marrano y comandante de toda la tribu, un troll con la envergadura de Ogros de Dire Maul, se dedicaba a contar impaciente las muescas que tenía talladas en el arco, sentado en la silla del capitán.

Maldita sea, no queda sitio en mi Arco para marcar mas Humanos, tendré que apuntarle en el hacha, con los Enanos… mejor a la daga, con los Murlocks y Gnomos, a la mierda.

El inmenso Señor de la Guerra se levantó del sillón deshaciéndose del pesado abrigo de piel de Uñagrieta, dejando a la vista del aterrado capitán un mar de argollas, tatuajes y cicatrices de guerra.

Está bien, capitán, nos ha vendido a la flota que se acerca, pero vamos a devolverle el favor, perro desgraciado.

Cuando mi marrano termine con sus pelotas dejaremos que le dé cariño, hace tiempo que no encuentra pareja y no seré yo quien se interponga en el amor de dos cerdos….y bueno, la señorita que tiene ahí detrás tiene la fea costumbre de mordisquear a sus presas aún vivas…” — hizo una pausa para hacerse una imagen mental de la situación — “…¡Buagh!, no quisiera estar en sus botas cuando estos dos comiencen a trabajárselo.

¡Grounf, grounf!” — El marrano movía su rabito en forma de sacacorchos con felicidad, mientras miraba con ternura a su nuevo novio.

Alguien bajó los escalones apresuradamente haciendo crujir la madera a cada paso…

¡Jefe, los tenemos encima!

El líder miró fijamente a los barcos a través del ventanal azotado por la lluvia:

Bah, si sobrevivimos a ellos, reclutaremos un puñado de buenos mercenarios antes incluso de llegar a Bahía Khodos, ahorraremos paseos por cantinas de mal beber buscando soldados entre una marabunta de borrachos, ladrones y asesinos. Necesitamos de mucha sangre nueva para someter a Kil'jaeden. Danos fuerzas, Rastakhan

Dijo el enorme cazador, mirando su anciano amuleto tallado por el mismísimo señor del Vudú.

¡¡Arrakis, a las armas!!

Los aullidos de cincuenta hombres saludando con furia homicida un destino forjado a acero, ahogaban los gritos del malogrado capitán, no fue precisamente la recompensa que esperaba por su venta de esclavos.

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